Nos gusta mirar al espejo del humor porque nos devuelve un reflejo de nuestras miserias algo más dulce y nos ayuda a digerir mejor al monstruito que llevamos dentro sin ayuda de Alka-Seltzer. En el espejo de Luis Piedrahita ocurre lo mismo. Pero además, en su humor siempre nos regala unas cuantas gotas de poesía sutilmente distribuida, para que la belleza del texto no distraiga sobre la gracia del mismo.
Sin duda este libro está escrito desde la tripa de su autor, con la maestría y el equilibrio de quien sabe moverse con soltura por la delgada línea roja de la comedia, que separa lo bello de lo hueco.
Luis sabe muy bien que en lo pequeño cabe lo grande, y en lo grande casi nunca cabe lo pequeño. Por tanto, nos propone un viaje al centro de lo sutil, y consigue, por ejemplo, que una sala de espera nos pueda parecer mucho más divertida que un parque de atracciones, o que sintamos piedad de la naranja que va rodando por el tobogán de un exprimidor de zumos y que acabará en el vientre de algún fontanero de la calle Barquillo de Madrid. Devuelve la dignidad a seres inertes despreciados socialmente como la esponja o las axilas que, con el correr de los días, fueron fustigados con el látigo de la indiferencia, pero que hoy son devueltos al escalafón social que les corresponde.
¿Debemos entender, por tanto, que Luis Piedrahita viene a ser una especie de defensor estilo Greenpeace de las causas pobres e inertes como las axilas y las esponjas? No, no debemos entender eso. Vale, pero ¿podríamos pensarlo? Sí, pensarlo sí, pero entenderlo no. Ya, pero ¿qué diferencia hay entre entender y pensar? ¡Basta! ¡Esta conversación es estéril! Les ruego me disculpen. Sigo…
Sin duda, el humor de Luis engarza a la perfección con toda aquella otra generación del 27: Tono, Mihura, Poncela, etcétera, que el devenir de los tiempos engulló en el estómago del olvido de muchos. Era una generación con la prosa envenenada entre el humor y la poesía, y que hoy Luis -tan generosamente- nos recuerda.
Después de leer este libro no es que nuestro entorno deje de ser el mismo. No. Es que quizá nuestro entorno nunca fue lo que era. Dibuja la sonrisa con una palmada en el alma y, aunque a veces pueda golpear fuerte, siempre lo hace con guante de terciopelo.
Gracias, Luis, por devolver a lo invisible su bosón de humor correspondiente. Que Dios le guarde a usted muchos años, a fin de preservar la sonrisa colectiva.
Y ahora espero que disfruten de este libro como yo lo he hecho. Desabróchense los cinturones de las mandíbulas, ocluyan los esfínteres, relajen las gónadas y, por favor, apaguen los móviles: esto va a comenzar.