José Mota desplegó en setenta minutos de televisión sublime toda la paleta cromática y surrealista en la que este país se ha convertido. El genio de Montiel no dejó títere con cabeza y realizó un repaso completísimo de la cantidad de disparates que asolan diariamente esta piel de toro que vuelve por sus fueros, por su Historia, de la que parece no aprender nada, no tener ni idea y estar condenada, como decía Marx, a repetirla. España se ha transformado en un circo donde no sabemos qué nos gusta más, si el negro que se tira del avión o el domador que mete la cabeza en la boca del león. Sólo desde la distancia del esperpento de Valle o la distorsión de Mota, es soportable una realidad tan sórdida. Una vez más, el humor es la única vacuna posible contra tanta sandez.
Lo tuvimos en la radio el día 1, el día después. Dice que grabó el especial en sólo veinte días, que la idea de El resplandor de Kubrik la tenía ya en la cabeza desde hacía cierto tiempo. En un utópico 2027, un nuevo presidente llega como inquilino a la Moncloa y repasa con el bedel la historia de quienes lo precedieran, entre los que se encuentra Belén Esteban. Pronto se aparece a su hijo pequeño por los pasillos las sombras y espectros de los antecesores y, a partir de ahí, se sucede una hilarante concatenación de sketchs, donde no faltan pastores antidesahucios en el belén de Colau, un chupasangres como Montoro que puede vencer al mismo Drácula, un debate a cuatro moderado por dos niños y con Rajoy escuchando con un vaso por detrás de la tramoya y una Carmena estampando sellos y firmando documentos oficiales en el Metro. Ah, y el tuitero solidario, que en diez minutos ve su casa invadida de todas las mamarrachadas que pone diariamente por las redes sociales. No se puede decir tanto en tan poco tiempo ni con tanto talento. Cráneo privilegiado.
Y es que Mota es el digno continuador de Valle Inclán, cuando sólo las imágenes deformadas de los espejos cóncavos del Callejón del Gato daban la exacta medida de la realidad de este país. El propio Mota lo decía enOnda Cero. Estamos metidos en tal vorágine de acontecimientos que damos todas las cosas que suceden como normales. Y, sin embargo, tomando cierta distancia, comprobamos que son absolutas idioteces. Como la Reina Maga que Carmena se sacó de la manga. Ahí estuvo bien Esperanza Aguirre cuando dijo aquello de la paridad y las paridas. O el espectáculo bochornoso de un partido centenario en el que mandan más los virreyes que el rey. O el de un partido de gobierno y un presidente que ha sido tal calamidad política que en este punto y momento no tiene con quién pactar. O el de unos anticapitalistas de manual decidiendo el futuro de la burguesía catalana porque el heredero de un clan de chorizos no quiere perder su aforamiento. En esas estamos.
La Mancha da la llanura que todo lo iguala. El sórdido frío del invierno y el tórrido calor del verano explican personajes como el Quijote, al cual se le derriten los sesos. Esa es la imagen auténtica de la Mancha, la de la bacía de barbero fundida en unas quesadillas. El hidalgo se inventó un relato para poder subsistir y todo lo trocaba en aquello que su cabeza anhelaba. Distorsionar la realidad para hacerla soportable es tan viejo como el mundo. Ahora es otro hijo ilustre de la Mancha quien mejor desenfoca y difumina los perfiles de los que se encierran en sí mismos y quieren dirigir un país. Motacumple los parámetros de la identidad de Alonso Quijano… Salió por los campos de Montiel para desfacer entuertos. Con la diferencia de que su talento convierte a los gigantes en molinos y no viceversa. Los coloca en su sitio y les da su verdadera dimensión. España es venta y no castillo.